sábado, 21 de mayo de 2011

Nunca había estado un alma tan rota...

Era como el más bello atardecer, mejor incluso que la brisa del mar, igual que el sonido de la corriente de un río azotando fuertemente las rocas. Superaba con creces la inmensidad del cielo y también del universo. Era como un gran foco de calor, brillaba con luz propia cuando más lo necesitaba. Iba más allá que el infinito, desafiaba a la ciencia, la física y a todas las leyes: gravedad, atracción-repulsión...Digamos que se asemejaba a una montaña rusa, con todos sus altibajos, con sus curvas y sus mareos, la misma sensación acompañada de un subidón de adrenalina. Era su amor.

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